miércoles, 14 de julio de 2010

El estudio en función de la vida fraterna

Durante nuestra formación como Frailes Predicadores, debemos pasar por una serie de etapas, cada una de las cuales tiene un énfasis. Nosotros los novicios estamos en nuestra etapa de estudio y vida comunitaria, dos elementos esenciales de un fraile. Entremos a revisar un poco estos dos aspectos que en ocasiones vemos contrapuestos, pero que en realidad van unidos de la mano.

El primero nos permite adquirir los conocimientos fundamentales dentro del campo de la academia, y es aquí donde podemos hacer remembranza de nuestro padre Santo Domingo de Guzmán. A este insigne predicador del Reino de Dios lo primero que le preocupaba sobre manera era la formación de sus frailes en el área de lo académico; pero no solo con la intensión de tener buenos intelectuales, sino con el firme propósito de que estos estudios facilitaran un objetivo más noble: la salvación del alma del hombre.

Por tal motivo el santo decide enviar a sus frailes a la Universidad de París para que, recibiendo la adecuada preparación, hicieran frente a la situación de crisis que estaba viviendo la Iglesia medieval debido a la divulgación de falsas doctrinas.
En la actualidad, dentro de la Orden no se ha suprimido este ideal de Nuestro Padre; por el contrario las Constituciones, acerca de este tema, nos indican que: “por lo tanto nuestro estudio debe dirigirse principal y ardientemente, ante todo a que podamos ser útiles a las almas de nuestros prójimos” LCO 77. Esto indica que se debe recibir una formación permanente para responder, tal vez no a las herejías de una época, sino a los retos que se nos presentan en estos tiempos, especialmente en vista del cambio global que se está presentando en los campos de la ciencia y la tecnología.

Por ello es importante dentro de la formación de los frailes de la Orden de Predicadores insistir en que debemos utilizar las áreas del conocimiento adicionales (en las cuales hemos incursionado como profesionales o hemos tenido un aprendizaje) para continuar con la misión que Santo Domingo nos ha encomendado. Dicha responsabilidad no sólo la hemos recibido de él, sino del mismo Cristo que propone el Anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios, exhortando a sus discípulos: “id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. (Mc. 16, 15).

Pero lo anterior debe ir acompañado de un verdadero testimonio de vida que se refleje dentro de nuestras mismas casas y conventos, no creyendo que somos los más intelectuales, que somos las lumbreras de las provincias y vicariatos. Esta aptitud positiva hacia el conocimiento, por el contrario, debe imprimirnos el carácter de la humildad, la caridad y la apertura para enseñar a los demás. Lo que aprendemos debe ir en beneficio de nuestros hermanos y no para llenarnos de soberbia. Es allí donde nace la vida fraterna y de comunidad como lo menciona Felicísimo Martínez: “La vida de comunión fraterna es la primera predicación de los frailes de Domingo. Por eso, los primeros conventos dominicanos son llamados “Casas de Predicación”. Su mera existencia es ya una proclamación viviente del mensaje cristiano del evangelio”. Aquí vemos que la predicación no solo es un discurso que se hace durante la celebración litúrgica; es también la vivencia fraterna que debemos cultivar dentro de nuestra vida cotidiana, el compartir con los hermanos las experiencias que nos suceden en lo común de nuestras labores diarias, nuestras tristezas, alegrías y momentos especiales de nuestra existencia. Ciertamente esta convivencia no es fácil, más cuando estamos rodeados de diversas culturas, pensamientos, ideologías y costumbres. Sin embargo, nos une el mismo ideal: el seguir a Cristo tras las huellas que Domingo ha marcado a lo largo de su vida y de la historia de la Orden de Predicadores.

La vida comunitaria está determinada por muchos elementos que son esenciales para construir lazos de hermandad y fraternidad entre nosotros mismos y con las personas que tienen el privilegio de acercarse a cada uno de nosotros, en especial nuestras familias. Con esta experiencia de vida fraterna estamos reflejando la vivencia de la primera comunidad cristiana, que nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando nos dice que se reunían para compartir la fracción del pan y que lo tenían todo en común. Por esta razón también dentro de este estilo de vida debemos subordinar nuestro proyecto personal al proyecto comunitario en el que estamos insertos en la comunidad, pero esto no significa de ningún modo suprimir lo esencial de nosotros como seres humanos o tapar las capacidades o virtudes que Dios nos ha concedido. Más bien, debemos disponer lo que tenemos como signo de donación para construir el edificio de nuestra felicidad, pero esto se logra colocando unas bases fuertes, como los pilares, para sentir así que estamos trabajando en pro de nosotros mismos y de nuestra comunidad.

lunes, 5 de julio de 2010

María la que nos recibe


La oración del santo rosario es dentro de la vida Dominicana un faro de gran importancia, y es en esencia muy querida por cada uno de los miembros de esta comunidad, por que recuerda el momento de su entrega en manos de la virgen María, su vocación y consagración. También podemos interpretarla a la luz de las palabras del Evangelista San Juan, cuando el Hijo de Dios le entrega la misión al apóstol San Juan de Cuidar de su madre, diciendo: “Jesús viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su Madre, Mujer ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. La verdadera realización de los frailes debe compaginarse con el modelo de perfecta vida humana y religiosa de acuerdo a María logrando así una mirada de admiración, de amor y de confianza a aquella a quien estamos acostumbrados a saludar con el doble título de Madre y Reina

Por consiguiente en de relato de San Juan, haciéndolo nuestro descubrimos que Jesús de una manera amplia y generosa, entrega a los frailes dominicos el cuidado de sus madre, para que la amemos con todo el corazón y el alma como está consignado en nuestras constituciones refiriéndose a la vivencia de la vida comunitaria con los hermanos.

El ideal dominicano también está en consonancia con la virgen Reina, porque: “la orden es eminentemente apostólica, la orden de Santo Domingo de Guzmán fue entregada por Cristo a María desde el primer momento; y la virgen en calidad de Reina de los apóstoles acepto la orden como suya y no ha cesado de velar con amor por su glorioso destino”. También observamos como el mismo Cristo con referencia a la orden somete esta al cuidado y protección de la virgen, así como le dejo el encargo de cuidar de los apóstoles, acompañarlos, orientarlos y mostrarles su santidad, ella se hace partícipe de la Orden de Predicadores, la Orden de los anunciadores del mensaje de salvación, de esperanza, acercamiento del hombre a la comunión intima con su creador. La comunidad Dominicana bajo el amparo de la Santísima Virgen acoge con especial afecto la misión de los primeros apóstoles de anunciadores del Reino de Dios.

Hoy se nos reconoce como la Orden Mariana, los guardianes de la virgen María; pero en este contexto podríamos preguntarnos ¿cuál es el amor que le profesó a la virgen como religioso y consagrado en su nombre? El amor de un religioso hacia la medre de Dios debe ser trasmitido con luz propia, revelando con su vida el testimonio de que ella ha aprendido, como el testimonio de humildad y servicio para con los mas necesitados. Ese amor que nos regala la virgen María tienes unas características propias que nos exigen un verdadero compromiso; “en la Orden Dominicana la devoción a María es tiernamente querida y celosamente cultivada: más parece que entre nosotros las relaciones con la buena Madre estuvieran marcadas con un sello muy particular de ternura e intimidad”.

De esta manera la vida personal y cristiana de un dominico trascurre bajo la mirada de la que un día lo recibió en su casa y acepto su profesión religiosa, su consagración y su vocación; cuando nosotros nos apartamos de ella, sería necesario llegar a la fuente del Evangelio donde María le hace el reclamo a Jesús de su travesura en Jerusalén, su perdida en el templo. Pues ella en algún momento de nuestra vida nos hará un llamado de atención, por ese alejamiento que hagamos, sin embargo ella tiene un corazón maternal y nos recibe en sus brazos, pero debemos tener en cuenta que ella como nuestra madre “conserva cuidadosamente a todas las cosas en su corazón”.