lunes, 14 de junio de 2010

DAME UN ABRAZO Y ADIVINA QUE




El mundo, en la actualidad tiene los ojos puestos en las nuevas generaciones de religiosos que se están formando con miras a prestar un servicio en la misma comunidad, a raíz de los constantes escándalos que se han manifestado dentro de la Iglesia en las últimas décadas, y que hasta ahora se revelaron, esto nos llevó a realizar una actividad, la cual valoro, muy productiva y satisfactoria, que fue el realizar una corta maratón de brindar un abrazo a todo hermano que nos pudiéramos encontrar en la calle, esto con el fin de desdibujar un poco la concepción que tiene la gente frente a la predicación de la Buena Nueva del Reino de Dios, que esta forma de anunciar el mensaje de Dios no sólo se realiza desde un púlpito, sino en cosas muy pequeñas, como la que realizamos, que no necesitaba de discurso elevados, elocuentes y súper elaborados, sino de hacer sentir a los demás que son importantes y expresarles que ellos están permanentemente en nuestro corazón, que son el centro de nuestra existencia.

La experiencia nos llevó a no sentir en el otro un rechazo, sino por el contrario, a palpar que ese otro todavía está lleno de confianza en seres que, tal vez, han defraudado su confianza, su amistad y por qué no decirlo, han desfigurado su admiración, esto también nos debe cuestionar si nosotros estamos haciendo el bien con las personas que nos rodean y, por consiguiente reflexionar si nuestra predicación es vacía o está llena de verdadero sentido del Evangelio. Predicamos al hombre que está dispuesto a dar la vida por todos, sin distinguir entre las diferentes condiciones a las que estamos acostumbrados.

Brindar un abrazo es más valioso que dirigir palabras, palabras que en ocasiones las bajamos de la red de google, y de esta manera podemos tramar a muchas personas que nos rodean, pero si cambiamos nuestra forma de llevar la Palabra de Esperanza, creo que sembraremos muchas semillas, y semillas que darán abundantes frutos como pide el Señor: darán el ciento por uno. Hoy necesitamos predicadores que encarnen la palabra y que la anuncien desde los gestos más sencillos, que hagamos de las palabras del Evangelio la norma de nuestra vida, pero que sean llenas de amor y las aterricemos a nuestro contexto para que de verdad formemos una comunidad en donde reina la paz y la concordia.

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